Eco

Había una vez una hermosa, perspicaz y charlatana ninfa que siempre luchaba por tener la última palabra en todo. Su encanto residía en estas palabras y en su incansable energía para pronunciarlas. Se llamaba Eco y siempre sabía qué decir. Lo que todavía desconocía era que este mismo don se convertiría en su mayor maldición.

En una tarde primaveral, las ninfas cayeron rendidas ante los encantos del poderoso (y casado) Zeus, exceptuando Eco, quien estaba demasiado preocupada pensando en cómo proteger a sus amigas de la furia de Hera, la mujer del ruin y adúltero dios.

Como si se tratara de Beetlejuice y hubieran pronunciado su nombre tres veces, allí apareció Hera, enfurecida y contrariada. Eco utilizó su mejor baza, la labia, pero ni mil piropos podían apagar el fuego que emanaba la mirada de la diosa traicionada.

Cansada de la verborrea y de las intenciones distractivas, Hera castigó retorcidamente a la ninfa. La joven debería pronunciar hasta el fin de sus días las últimas palabras de los demás, pero jamás las suyas propias.

Eco vagó desconsoladamente y sin compañía por los bosques de Grecia, perdiéndose en sus pensamientos, ahora imposibles de pronunciar. Su aflicción fue perturbada por un mancebo y apuesto hombre que cazaba concienzudamente. La ilusión se despertó en ella, lo que todavía desconocía es que después se apagaría para siempre.

La ninfa siguió sigilosamente los pasos del agraciado cazador, contemplando con delicadeza las facciones de su rostro. Ensimismada en su labor, no se percató de los ojos acusadores que la miraban, los ojos del propio muchacho. El joven no reparó en ocultar su molestia y la rechazó vilmente y con desprecio.

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Eco corrió a ocultarse en un cueva, donde allí poco a poco desapareció hasta solo quedar su voz, la cual el viento se encargó de llevar a todos aquellos lugares vacíos y deshabitados.

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Narciso

El cazador cruel e innoble se llamaba Narciso, hijo del dios de los ríos y de una ninfa del agua. Según la profecía, él viviría una larga vida si no se conocía a sí mismo, es decir, si no llegaba a conocer su apariencia. Su madre se encargó de esconder todo lo que le permitiera al joven contemplarse (espejos y esas cosas).

Aunque Narciso desconociera su aspecto, mantenía una actitud arrogante y confiada, pues el corazón de Eco no era el primero que rompía ferozmente, aunque gracias a Némesis, la diosa de la venganza, sí sería el último.

Némesis condujo al vanidoso Narciso a las orillas de un lago. El muchacho, sediento, decidió acercarse al agua para beber, pero de camino se encontró con su propio reflejo, el mismo que le conduciría a su perdición.

Acabó enamorándose de la imagen que relucía en las aguas de aquel lugar, quiso acariciarla, pero la hermosa figura desaparecía. Al fin conocía la agonía del amor imposible.

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Unas versiones cuentan que permaneció tanto tiempo admirándose que echó raíces y acabó convirtiéndose en flor; otras que no pudo resistirse y acabó ahogándose intentando besar a su reflejo, y en su honor floreció una flor. En cualquier caso, la flor del narciso tiene su origen aquí, al igual que el concepto de narcisista que se acuñó en base a este trágico mito.

Persona que cuida en exceso de su aspecto físico o que tiene un alto  concepto de sí misma.

RAE

Esto ha sido todo. Esperamos como siempre que os haya gustado, y ya sabéis, no os miréis demasiado al espejo, por si os cautiva mortalmente vuestro reflejo…

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